Octubre 1999

VIDAS PARA DIOS

EL “DULCE ENCUENTRO” DE
SOR MONTSERRAT MARÍA RIERA GASSIOT,
HERMANITA DE LA ASUNCIÓN

(1941-1964)

por + José Ricart Torrens Pbro.
 
En el número de agosto-septiembre conocimos la vida del P. Esteban Pernet, en el centenario de su muerte. En este presentamos un reflejo de su obra a través de un artículo, también de mosén José Ricart, publicado en “Perseverancia” de enero de 1965. La protagonista es una joven imitadora de la Madre de Dios que encarnó en su vida, breve pero densa hasta la plenitud, el ideal y prototipo de Hermanita de la Asunción. Sor María Montserrat Riera Gassiot nació en Barcelona el 21 de diciembre de 1941. Murió  en la barriada de Hostafrancs de esta ciudad, al chocar el ciclomotor que montaba con un coche, a los 23 años. Se dirigía al  hogar de una familia obrera en que prestaba servicio desde hacía días. Las “monjas de la bicicleta” sorprendían por entonces la atención de peatones y conductores. Bicicleta o ciclomotor era el medio de locomoción de la mayoría de estas religiosas que cruzaban a lo largo y a lo ancho las grandes ciudades alegrando el Corazón de Dios. Mosén Ricart era en aquella época capellán y confesor de las Hermanitas de la Asunción. Si alguien nos pregunta “dónde viven” las Hermanitas de la Asunción, le daremos la dirección de una pequeña Comunidad muy querida de AVE MARÍA y  del basrrio obrero donde cumplen fielmente la misión inspirada a su fundador.
A. M.
Probablemente sor Montserrat María Riera había leído y meditado las canciones y obras de san Juan de la Cruz. A lo menos, ciertamente, se las habían recomendado. Y le quedaría en el oído, con creciente inteligencia, el contenido y el aire de esta estrofa:

¡Oh llama de amor viva,
que eternamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Acaba ya si quieres,
Rompe la tela de este dulce encuentro.

Consta que deseaba e intuía una muerte temprana. Mas recordemos su breve biografía.

“BASTANTE NORMAL”

De familia reciamente católica. En su juventud milita y se forma entre caminatas y campamentos, escultista decidida, hasta superarse como guía: la recordada guía Elisenda de Montcada.

Pero para una escalada más alta la esperaba el Señor: la vocación religiosa. Aquí se conjugaron su natural reflexivo y alegre. Su vivacidad y humildad. Su candidez y su ímpetu. Ella misma nos cuenta la emoción de la lucha interna:
“No hace aún tres años, era yo una persona bastante normal, guía muy convencida de la eficacia de nuestro movimiento, maestra satisfecha de mi oficio, viviendo alegremente y con optimismo una vida que se me presentaba risueña en todos los sentidos.
Hasta que llegó el momento en que la llamada de Dios, rechazada durante bastante tiempo, por incómoda y poco atrayente, se hizo tan inminente, tan abrumadora, que me vi forzada casi a entrar en el convento, para entregar de pies a cabeza y de una manera total y definitiva esta existencia mía que yo intentaba, hasta ahora, ir dando a ratos y parcialmente.
Recuerdo que la vigilia del día fijado, sentía dentro de mí una rebelión tan grande, una sensación de suicidio voluntario, que fácilmente lo habría mandado todo a paseo. Pero estaba convencida de cumplir la voluntad de Dios, más que la mía, por encima de la mía e, incluso, en contra de la mía... y esto me daba un fondo muy estable de paz y alegría.”
Fue “casualmente”, según el lenguaje mundano. En una barriada obrera de Barcelona cruzó una religiosa en bicicleta. Y así fue el “flechazo” para Montserrat Riera. Unas monjas que van en bicicleta irían bien para mí, pensó. Y –sempre a punt!- comenzó su encuesta. Preguntó a las monjas. Pero el “ver” de su encuesta lo completó con los testimonios de primera mano: obreros, hombres de la calle, indagando en el propio ambiente de un bar vecino de la casa de las Hermanitas de la Asunción.
La fuerza suave de la vocación le insufló energías extrañas para la decisión. Nos dice en su diario del 10 de julio de 1961:
“Sí, Dios me quiere para Hermanita de la Asunción. Rezo esta noche por todas aquellas familias obreras que han de recibir por mi mediación la gracia del acercamiento hacia Dios. Ruego por sus necesidades espirituales, materiales y sociales. Ruego para que mi trabajo en medio de las familias obreras sea eficaz, sincero y completamente desinteresado... Doy gracias a Dios por la manera clara con que siempre me manifestó su amor, con la familia, las guías, el ambiente, el trabajo, la fe, y por fin esta llamada que acepto gozosamente –a pesar de la pereza de dejar tantas cosas pequeñas que a ratos me abruma–. Me cuesta imaginar mi vida dentro de la comunidad de Hermanitas de la Asunción”.
Pero el no sé qué de la vocación seduce. Y no a pie, sino en una “Ossa”, acompañada de sus padres y hermanos, se presenta en el Noviciado. Con ritmo deportivo, con energía sublime de apariencias muy normales y al día. Pero allí le sorprenderían los grandes descubrimientos y escaladas “ocultas” pero mucho más apasionantes que las de otrora.

“SÍGUEME”...

Sor Montserrat María fue fiel a la vocación. Y vocación de Hermanita de la Asunción. ¿Qué es la vocación de Hermanita?
Nos lo dice el P.  Pernet, un apóstol social de primera magnitud a lo san Vicente de Paúl, a lo san Juan Bosco, a lo Ozanam, a lo san José Benito Cottolengo. Es una vocación de insondable actualidad: Exigencia máxima de santidad, formación litúrgica y bíblica, práctica del sentido social más profundo con la caridad más abierta, apostolado del diálogo, aunando oración, testimonio y enseñanza en fascinante síntesis. Clarividencia de maravilloso ecumenismo con la poesía de lo concreto. Recia espiritualidad, arrancada de la cantera agustiniana, con el más ágil y madrugador aggiornamento.
El P.  Pernet dice a la Hermanita: “Si nos fuera dado entregar nuestra vida, y derramar nuestra sangre por la causa de la Redención, ¿no creéis vosotras que ésta sería la suprema dicha? Es preciso que Jesucristo nos cuente en el número de los salvadores: ¿puede y debe ser la Hermanita otra cosa? Ése es su fin: imitar a Jesucristo y prolongarlo por medio de su caridad y su abnegación entre la clase obrera y pobre”.

Es vocación de deslumbrante horizonte apostólico, desplegado por el fundador: “Vosotras recibís la luz. Aprovechadla, pero no os contentéis con eso; irradiadla en el mundo, sed faros luminosos... Nuestro Señor no tiene necesidad de vosotras para salvar las almas, podría prescindir de vosotras, pero Él no lo ha querido. Quiere que seáis portadoras de Cristo, que lo manifestéis al mundo por sus palabras y por sus obras”.

Vocación ungida en la más entrañable caridad: “¿Cómo debemos tratar a nuestros enfermos...?, preguntaba una de las primeras Hermanitas al P.  Pernet.  “Hija mía, tratadlos como a superiores. Hay en ellos una dignidad real”, rubricaba el fundador.

Vocación llena de claridades evangélicas, paciencia y amor a los hermanos: “No condenéis a nadie, haced lo posible para calmar las pasiones y que vuestra caridad y celo ingenioso os inspiren cómo obtener la reconciliación y la paz”, dirá el P.  Pernet.

Vocación que apela al testimonio evangélico. La Hermanita “ha sido destinada para enseñar la doctrina de Jesucristo con su ejemplo y, en caso dado, con sus palabras. Aquella que no haga sino decir bellos discursos a su enfermo, no tendrá influencia y muy pronto será despedida”, enseña el P.  Pernet.

Estas características brotan de la más estimulante vida interior. No es agitación, ruido, activismo, la vida de la Hermanita. Sino reflejo de la más iluminadora vida de oración, de pobreza y de entrega.
Una vocación así había de abrasar el alma de Sor Montserrat María Riera. El arrastre de la vocación le abrió caminos insospechados para ella. Y en el cuestionario que envió a sus antiguas amigas y compañeras se dibuja toda la soleada visión que se le ofreció. He aquí el cuestionario, cuyas respuestas ella esperaba a unas preguntas suyas, agudas, leales, fervorosas:
 

  1. ¿Cómo definirías la vocación en general? El matrimonio: ¿es una vocación o una solución? Y la soltería, ¿es también vocación?
  2. ¿Crees que la vocación religiosa es una llamada de Dios, o un atractivo natural del hombre o LAS DOS COSAS? ¿De quién depende más: de Dios o del hombre? (Jn 15,16; Rm 1,1). ¿Es sólo una cuestión de generosidad?
  3. Cristo habla de la naturaleza de la vida religiosa y de los tres votos. ¿Sabes cuándo?
  4. La Iglesia afirma que en sí la vida religiosa ES superior al matrimonio, ¿por qué? (Cor,25-35), ¿estás de acuerdo?
  5. ¿Qué opinas de las monjas en general? ¿Son todas tontas? ¿Hay de todo? ¿Las desconoces?
  6. El voto de obediencia, libre sumisión total de la voluntad propia a la del Superior, ¿crees que aniquila la personalidad o la sublima haciéndola más fuerte? ¿Destruye la libertad o le da su manifestación más plena? ¿Qué entiendes por libertad?
  7. ¿Crees que las monjas habrían de tomar parte más activa y eficaz en las organizaciones y movimientos actuales formativos y sociales? O, ¿piensas que viven en un mundo aparte, y son por consecuencia incapaces de integrarse en los problemas de vuestro interés?
  8. ¿Qué prefieres, el estilo de monja-monja, recogida y silenciosa, pero natural, o la monja peliculera, sociable y muy moderna?
  9. Y, ¿qué me dices de las monjas de clausura? ¿Crees que habría que quemar o eliminar todos sus conventos o aceptar aquello de que son como el pararrayos de la indignación del Dios ofendido, contra un mundo de pecados?
  10. ¿Crees que la eficacia de la acción apostólica, depende más de la santidad del apóstol que de la acción en sí? (Jn 15,4-5).
  11. ¿Te has planteado alguna vez en serio y personalmente el problema de la vocación religiosa? ¿No crees que es justo y prudente el hacerlo? Si no lo has hecho, ¿ha sido por repugnancia instintiva? ¿Por falta de interés? ¿Por miedo?”
Lo que más sorprende en este cuestionario –además de su vibrante y sugerente planteamiento– es la nota bibliográfica que la acompaña para orientación de las jóvenes encuestadas. Ésta es exactamente:

BIBLIOGRAFIA: Encíclica “Sacra Virginitas”, Papa Pío XII. “La huida con Dios”, P. Raymond. “Sponsa Verbi”, dom Columba Marmión. Primer capítulo de “La Virgen Nuestra Señora”, F. Suárez.

Nadie puede dudar de la maduración que supone el amor a la vocación y las fuentes en que bebía sor Montserrat. Es seguro que con esta bibliografía muchas vidas juveniles se centrarían y que con otras lecturas vegetarán en lamentables pérdidas de tiempo y energías malbaratadas.
Por eso el Noviciado de sor Montserrat María fue de lucha, grande pero generosa, para adaptarse a la vida religiosa y vivirla plenamente, pues por una parte sentía una gran repugnancia a todo lo que olía a “monjas” y a convento, pero por otra veía que éste era para ella el medio mejor de entregarse plenamente a Dios. Y se tiró de cabeza en los medios porque quería el fin.
Esta ansia de Dios rimaba en ella con el amor a la pureza. Palpó cómo el Señor tuvo con ella singulares delicadezas, guiándola con solicitud especial. Cuando se hablaba con ella se la notaba ingenua y candorosa. Y en la misma víspera de su muerte, al asistir a una profesión en el Noviciado de segundo año de las Hermanitas de la Asunción, recorría la casa con renovada ilusión. Como sazonando la profesión definitiva que para ella era tan próxima.
Así vinculaba su vocación, su amor a Dios, su donación a las familias trabajadoras y su creciente y contagiosa estima de la vocación religiosa.

POR LA FAMILIA, LA RECRISTIANIZACIÓN DE LA SOCIEDAD ENTERA

En su carta a sus antiguas compañeras de escultismo sor Montserrat María les dice: “Ahora, desde dentro, veo muchas cosas nuevas y muchas cosas viejas de manera nueva”.
Uno de los aspectos fundamentales en que supo trasponer la frontera de los descubrimientos fue en el amor al apostolado. Entendió que el apostolado no es sólo un mero humanismo, una convivencia agradable, un compartir en plan humano con otros, un mero servicio abnegado, un modo educativo, una asistencia social, la beneficencia realizada con las condiciones ideales, ni tan sólo un testimonio cristiano. El verdadero apostolado tiene todos estos matices... y mucho más. San Pedro nos dice: “No podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hechos 4,20). El P. Pernet, para sus Hermanitas, las quiere evangelificadoras y evangelizadoras. O sea, actuando con actos y con palabras. Caridad y catequesis, que también es caridad.
Sor Montserrat María entendió bien el apostolado, en el irradiante mediodía del pensamiento del P. Pernet: “Lo que os distingue es el fin que os proponéis. Vosotras no queréis solamente cuidar enfermos, apresurar su curación o prepararlos a bien morir: debéis atender con vuestra abnegación y la acción que ejercéis a rehacer la familia del obrero como Dios quiere que sea: que el padre y la madre estén perfectamente unidos, los hijos bien educados, y que todos practiquen sus deberes... Reconstruyendo la familia, vosotras reharéis un pueblo para Jesucristo”.
Y entendió que para dar almas de verdad a Dios hay que hacérselo conocer. Y así, en su vida religiosa, descubrió la Obra de Ejercicios Parroquiales, desvelada a sus ojos limpios de alma enardecida con el apostolado sin trampa. Lo que quizás en su vida de seglar le había pasado desapercibido o no tuvo oportunidad de comprobar, al avanzar en la vida espiritual, lo vio claro. Y es corta su vida de profesa, pero su entusiasmo por los Ejercicios ignacianos tiene ya dilatadas cuentas, que sólo el Señor ha podido contabilizar. La impresión de sus primeros Ejercicios Espirituales de san Ignacio, en el Noviciado, se trocó en amor a la Obra de Ejercicios Parroquiales. El verano pasado fue una reclutadora incansable, heroica, de ejercitantes. ¡Qué redada de Gracia hizo sor Montserrat María! Cuando nuestro último Retiro Extraordinario, de las Bodas de Plata, corrió rauda, con su ciclomotor, por los más encontrados rincones de Barcelona invitando a ejercitantes. Asistió a las sesiones de la reunión de religiosas, e intervino. A mí mismo me interrogó en el coloquio, interesándose y sugiriendo para las tandas de hombres. Adivinó, con clarividencia, que los Ejercicios Espirituales eran un apostolado insuperable, un medio estupendo para llevar a Dios almas y familias.
Otras actividades sirven para educar, entretener, servir. Los Ejercicios Espirituales para afirmar la fe, para convertir corazones, para salvar almas. Alguno de los ejercitantes de sor Montserrat María murió al poco tiempo de su tanda de Ejercicios. ¡Cuán segura estará sor Montserrat María que hizo por esta alma el mejor de todos los favores, el milagro de su vuelta a Dios!
De la vida religiosa de sor Montserrat María no puede soslayarse su iluminado y bendito amor a los Ejercicios y a la Obra de Ejercicios Parroquiales. Fue uno de los premios del Señor a su fidelidad y ascensión en la vida divina el que entendiera la “obra de las obras”, como Pío XI califica a las obras de Ejercicios.

ALMA MARIANA DE VANGUARDIA

La gran gracia de sor Montserrat María en su vida de asuncionista fue conocer más y más y adentrarse tiernamente en el Corazón de María. Si siempre fue devota de la Virgen, las más delicadas efusiones, las más profundas realidades, la total misión maternal de María en su santificación le estaba reservada en estos tres últimos años de su vida. “María ha permanecido desconocida hasta ahora”, pudo decir san Luis de Montfort. También sor Montserrat María adelantó y maduró gracias a este delicioso y puro conocimiento de María.
El amor a María, como Madre, la dispuso a vivir como hija, en el camino del total abandono en Dios, su Padre. Su vida se fue transformando en algo muy feliz, ya que cuidaban de ella su Padre y su Madre. Ella, como niña pequeña, se dejaba llevar y procuraba cooperar en todo lo que Ellos disponían. Y esto también era una gracia del Señor que pasa por manos de María. La vocación de sor Montserrat María, su entrega a las familias obreras, su apostolado fecundo, sus ansias sociales, su fervor por la Obra de Ejercicios Parroquiales, brotaban de que en el Corazón maternal de María, en María como Madre, había encerrado cuanto tenía y podía. ¡Qué bien entendió la doctrina mariana de esta hora! ¡Qué fielmente se dejó llevar del Espíritu Santo!
En un escrito suyo, penetrante, profundo, nos lo dice maravillosamente: “Cristo ha dicho que el hombre no vive solo de pan, también vive de Madre, y cuando es aún no nacido, vive de Madre solamente. Todos los hijos de Dios que caminamos por el tiempo ausentes de la Casa del Padre, somos hijos, aún no-nacidos... Si le pedimos a Dios –porque Él mismo nos lo ha enseñado así– el pan nuestro de cada día, con mayor razón le podemos pedir la Madre: La Madre nuestra de cada día, dánosla hoy... Podemos pedírsela sin duda, pero tal vez más que pedírsela, debamos aceptársela. Él ya nos la ha dado, con Cristo, en el don de la Encarnación Redentora –María es después de Cristo la más insigne de las gracias– y nos la da en exclusiva particular, con el Bautismo, ya que el seno de las aguas bautismales es el mismo seno maternal de María: Después de Dios que es Don en sí mismo, Ella es el ser más especialmente dado: más devuelto a Dios, más volcado a nosotros en donación de Maternidad... La Caridad de Dios, derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado, lleva mezclada en sí, como una leche de ternura, la caridad materna de María.”
Esta filiación divina en María es el eje, es toda la vida espiritual de sor Montserrat María. Son palabras suyas: “Ser hijos de esta Madre amantísima quiere decir contar con Ella, vivir con Ella, confiar en su corazón y sentir muy viva la necesidad de su constante presencia. Madre nuestra de cada día, de cada momento, de cada instante... Madre constante, ¡Madre imprescindible!”
Como presintiendo su próximo triunfo exclama: “Con el alma limpia y el corazón nuevo tu Hermanita ofrecerá una vez más a Dios el sacrificio de su vida, y luego en Él en Ti, ¡oh Madre nuestra de cada día, de cada instante, de cada noche, descansará confiada, libre de temor, abandonada a su Amor eterno, constante y eficaz!”
Sor Montserrat María, como santa Teresita, como sor Isabel de la Trinidad, como el doctor Tarrés, también cantó poéticamente su amor divino. No se trata de examinar el arte de su estro poético, sino su augural y adelantada devoción a María. Y así canta expectante:

“Jo no he vist en el món cosa més bella
que la Mare de Crist, Verge donzella.
Somni de Déu, nascuda Immaculada
feliç ets amb tots tres: Esposa, Filla, Mare!
Estel purísim, que en la nit serena
tornes a tots la claretat primera.
Digueu-me, ¿hi ha en el món cosa més bella
que la dolça Regina i Mare meva?

Con nuevos ritmos, arrebatada, nos dice:
 

Como Tú, Virgen constante,
Templo fiel, Casa de luz,
haz que sea nuestra vida
el descanso de Jesús.
Haznos, Madre, redentoras
abrazadas a la Cruz,
donde muere un Dios amante,
donde nos esperas Tú.
¡Sé Tú nuestra Medianera,
sé Refugio virginal,
sé la Estrella y Reina bella,
sé la Madre universal!

A sor Montserrat María le fue ofrecida, revelada y vivida la devoción al Corazón materno. ¡Cómo vibraba en su consagración a María! En el verano pasado escuchó una homilía en que el sacerdote habló de María, tal como conviene hoy. Después comentando lo oído, sor Montserrat María lloraba de emoción con inefable alegría, y expansionaba sus ardores marianos.
Mi último recuerdo de ella, es el rezo del santo Rosario en la capilla de las Hermanitas, en San Gervasio, con toda la comunidad. Era el día de Todos los Santos, víspera de su inesperado tránsito. Mi reclinatorio confrontaba con el primer puesto del banco del Evangelio en donde ella estaba. Se rezó el Rosario intercalando –como ha pedido la Virgen en Fátima— esta oración: “Oh Jesús mío, perdonad nuestros pecados, libradnos del fuego del infierno, llevad al cielo todas las almas, especialmente las más necesitadas de vuestra misericordia”. Destacaba el fervor con que ella repetía, enternecida, esta jaculatoria formulada por la misma Virgen.
Y estoy muy contento de que mi último recuerdo de sor Montserrat María sea el rezo del Rosario. De que sea un recuero mariano. Porque seguro estoy de que sor Montserrat María ha sido un trofeo, una atleta alada y prodigiosa de la fecundidad del Corazón Maternal de María, en cuya confianza ilimitada ha sido colmada totalmente.
Sor Montserrat María... ¡Alma mariana! ¡Alma mariana de vanguardia! Y para que no hubiera dudas, en su hábito de Hermanita, no faltaban a la hora de la muerte estampas marianas en sus bolsillos, que ella prodigaba, convencida de que donde lanzaba la red de María llegaba –segura– la Gracia.
Ahora ella entiende ya, plenamente, todo el mensaje, todo el misterio, todas las profecías, todas las venturas con que la “Divina Soberana hará grandes maravillas en la tierra para destruir en ella el pecado y establecer el Reinado de Jesucristo, su Hijo, sobre el corrompido mundo”, como nos dice San Luis de Montfort.
Porque fue alma mariana –fiel, fragante, filial–, rápidamente llegó a su definitiva meta. Cuentan que el cardenal Mercier visitó el Carmelo de Dijón, en donde vivió sor Isabel de la Trinidad (hoy beatificada por Juan Pablo II). “¿Cuánto tiempo vivió en el Carmelo?”, preguntó el cardenal. “Eminencia –le contestaron–, nada más que cinco años”. “¿Tan sólo cinco años? Se hacen ustedes santas muy pronto”, añadió sonriendo el cardenal.
Sor Montserrat María, en la escuela del Corazón Maternal de María, todavía ha ido más veloz. Como alguien ha escrito: “Quien cree firmemente en la perfección de la maternidad de María para consigo mismo, llega infaliblemente a la suma perfección de hijo”.
Sor Montserrat María ha sido de las predilectas de la Inmaculada que creyó firmemente en su Maternidad. Con un sprint formidable... ¡pronto ha sido lo que la Madre Inmaculada quería para ella! Y es que sólo en la gloria sabremos lo que hace María con los que se entregan total y radicalmente a su Maternidad.

“GUÍA” DE CITAS DIVINAS

El 2 de noviembre –festividad de los Fieles Difuntos–, como cada día, salió con su ciclomotor sor Montserrat María. Cuidaba una familia obrera de Hostafrancs. Quizá pedaleaba con más ímpetu por el pequeño retraso que suponía haber salido un poco más tarde, debido a las tres misas que se celebraban en tal día.
Con su ciclomotor –medio de locomoción típicamente trabajador, sólo utilizado al servicio de las familias obreras, jamás por deporte, ni exhibicionismo, ni comodidad– se disparó por las calles de Barcelona como flotando, con el ansia de vivir su jornada de Hermanita, tan similar a la vida de la Inmaculada sirviendo a Jesús y a san José en Nazaret. Al servicio de una familia trabajadora, con un hijo diácono. El paralelismo es bastante estricto.
En pleno arroyo –cruce de las calles de los Juegos Florales y Burgos– chocó contra un turismo con un tremendo golpe. ¡era el “dulce encuentro”!
A las pocas horas moría en el Hospital Clinico. Así, en plena calle, como un combatiente en el campo de batalla, culminaba su carrera con el “palmarés” más impresionante. ¡Sangre de Hermanita de la Asunción para las familias obreras! ¡Sangre de la Hermanita de la Asunción que será semilla de nuevas vocaciones asuncionistas!
Después, la Misa exequial en la capilla de las Hermanitas de la Asunción, repleta de sacerdotes, Hermanitas y pueblo trabajador. Su cuerpo, en caja de madera simple y blanca. Flores blancas –gladiolos– con las que manos obreras de enfermos rodearon su cadáver. Y el desfile mortuorio, multitudinario, con el rito inédito del triunfo de la Hermanita heroína.
La “peque” de la Comunidad de las Hermanitas de San Gervasio ha ganado su trascendente cumbre. ¡Ahora es “guía” de citas divinas! Ha cumplido la consigna del P. Pernet: “Una Hermanita debe estar siempre lista a dar su vida por un alma cualquiera que ésta sea... No podrá limitar su celo, mientras haya un enfermo que curar, que instruir, que salvar”.
Ella, de imaginación tan exuberante, no podía entrever un final tan próximo, tan obrero, tan olímpico, tan social, tan misionero. Y, sobre todo, con su alma tan llena de Dios.
Pero todo se explica si se sabe que sor Montserrat fue una auténtica chiflada de la Santísima Virgen. “Quieras, Madre, bendecirme... No seré yo quien actúe sino Tú en mí”, nos dice en uno de sus escritos.
Y así la Divina Madre pudo en breve tiempo santificarla. “Porque Palabra es el Verbo, la Sublime Palabra, ¡hecha carne en su seno!”, nos reitera sor Montserrat María.
“Feliz y mil veces feliz es en la tierra el alma en que el Espíritu Santo revela el secreto de María”, dice san Luis de Montfort. Sor Montserrat María Riera lo conoció. Doy fe.
Pidámole que interceda para que aumenten sin cesar las almas marianas, según el estilo que ella conoció. Porque todo lo demás se nos dará por añadidura. Y esta añadidura ahora ella entenderá bien cuanto abraza...
 



Revista 646